LA EUTANASIA.
POSICIÓN DE LA IGLESIA EVANGÉLICA
SOBRE LA EUTANASIA.
¿Qué piensan los protestantes sobre la eutanasia?
La palabra eutanasia, como tantas
otras, nos viene del griego y es una palabra compuesta: eu (=?bueno, hermoso,
feliz) y qanatos (=muerte).
Literalmente podríamos traducirlo
como “la buena muerte”, “una muerte feliz” o, como se dice ahora, “una muerte
digna”. La usamos para referirnos al acto por el cual ponemos voluntariamente
fin a nuestra vida o a la vida de otro con su consentimiento explícito, cuando
se padece una enfermedad terminal grave y muy dolorosa. Este consentimiento
explícito no siempre puede darse, especialmente en el caso personas en coma o
de niños.
Es necesario distinguir
cuidadosamente entre la eutanasia activa y la pasiva. Ya hace tiempo que los
médicos y la sociedad en general han aceptado la eutanasia pasiva, es decir, no
tratar de alargar la vida a una persona enferma cuya enfermedad ya es
irreversible a corto plazo. Añadir a una vida unas horas o unos días a costa de
sufrimientos y angustia, es generalmente admitido que no ha de ser. Lo que hay
que hacer entonces, no es conservar aquella vida tanto tiempo como sea posible,
sino dar a la persona la posibilidad de una muerte digna o sin dolor. Dejarla
morir. Acompañarla con curas y atenciones para que el traspaso de esta vida sea
humano, digno y suave.
El problema más difícil se presenta
cuando hablamos de eutanasia activa, es decir, de una intervención voluntaria
para acortar una vida deteriorada. ¿Tenemos derecho a hacerlo? ¿Cuándo? ¿En qué
circunstancias? ¿Bajo qué condiciones? ¿Quién tiene derecho a decidir?
Bajo este epígrafe de la eutanasia
activa hemos de colocar: el suicidio asistido (caso Sanpedro) y el testamento
vital cuando el testador establece, en casos de enfermedades graves e
irreversibles, no sólo que no quiere ser sometido a prácticas médicas para
alargar inútilmente la vida, sino también que, en caso de estar incapacitado
para decidir, se proceda a acortársela. Este testamento vital no sólo tiene en
cuenta la situación del enfermo, sino también el bienestar de la familia. No
ser causa de desgracia y de dolor a los seres queridos.
¿Qué dice la Biblia
sobre la eutanasia?
Si somos objetivos concluiremos que la Biblia no dice nada sobre
la eutanasia. Ni los textos que aportan los que quieren que diga que no está
permitida ( 2ª Samuel 1,6-10; Éxodo 10,13; 1ª Samuel 1,6-16; Mateo 7,20), ni
los que quieren ver en la
Biblia un permiso para ponerla en práctica, son en absoluto
convincentes. Sencillamente, la
Biblia no contempla la práctica de la eutanasia y, por tanto,
no se pronuncia sobre esta posibilidad.
¿Quiere esto decir que somos libres
para tomar la opción que queramos? Naturalmente que no. Aunque no diga nada
sobre la eutanasia, la Biblia
continua siendo nuestra norma de fe y conducta. Lo que sucede, y en este caso
lo vemos muy claramente, es que la
Biblia no es un código de leyes que hayamos de obedecer
ciegamente, por lo que es inútil tratar de encontrar textos, a veces traídos
por los pelos, para apoyar nuestros postulados.
La función de la Biblia no es darnos una
nueva ley que podamos aplicar sin más, sino que su propósito principal es
llevarnos a Cristo y, en la comunión con él, encontrar unos criterios sanos y
correctos que nos permitan juzgar los problemas que se nos presentan. Se trata
de asimilar la enseñanza de Cristo. Más aún, de hacerla tan nuestra que podamos
llegar a decir, con el apóstol Pablo, que tenemos la mente de Cristo.
Por esto la Biblia no tiene respuestas
estereotipadas para todos los problemas humanos. Más aún, nos invita a
encontrarlas por nosotros mismos bajo el criterio de hacerlo todo “para el
Señor”. Y, además, admite como válidas respuestas diferentes a las mismas
preguntas.
Esto nos lleva a buscar una
respuesta, no en un texto bíblico, sino en el testimonio global de la Escritura. Y es aquí
donde hemos de encontrar luz en las decisiones que las iglesias han tomado
sobre la eutanasia.
El argumento que afirma que se ha de
dejar que la naturaleza siga su curso y, por lo tanto, no se ha de intervenir
en un proceso de muerte, no es válido, cuando constatamos constantemente hasta
qué punto la naturaleza participa de los efectos de la caída del hombre. Día a
día luchamos contra ella para corregir sus desvíos. Toda la terapia médica está
destinada a luchar contra el sufrimiento y corregir así el “curso” de la
naturaleza. Si no dejamos a la naturaleza seguir su curso en caso de enfermedad
y evitamos, con todas nuestras fuerzas, el sufrimiento, ¿por qué no habíamos de
hacerlo en el caso extremo de nuestra propia muerte, cuando no hay otra opción
disponible?
Sin embargo, aún en el caso de que
nuestra decisión sea contraria a la práctica de la eutanasia, esto no impide
que dejemos la puerta abierta para que otros, con distintas respuestas, pasen
por ella. Es su opción personal
y nuestro deber es respetarla,
aunque no estemos de acuerdo con ella. Esto ha de ser así porque hablamos de
opciones voluntarias y personales. Y sólo de éstas. En ningún caso se pueden
aplicar de forma generalizada a otros que padecen minusvalías o personas que no
pueden decidir por si mismas. Esto es un asunto muy complejo que requiere otro
trato. También requiere otro estudio el caso de niños recién nacidos sin
ninguna posibilidad de vida auténtica.
¿Cuál es la posición de las iglesias?
Casi todas las iglesias, con mayor o
menor claridad, se han expresado sobre el problema moral que presenta la
práctica de la eutanasia. Esto no quiere decir que sus declaraciones sean norma
de fe y no puedan ser modificadas. El protestantismo carece de dogmas
propiamente dichos. Sus declaraciones doctrinales son tomas de posición en un
momento dado de su historia y jamás pretenden ser permanentes ni tener la
autoridad de la Palabra
de Dios. Han de ser vistas en el contexto en que fueron hechas y su única
pretensión es responder, con los elementos a su disposición, a las exigencias
de la Biblia.
La Conferencia de Iglesias
Europeas hizo, en febrero del año 2004, una encuesta sobre este asunto entre
las iglesias miembro. El resultado fue que ninguna de las iglesias consultadas
(protestantes y ortodoxas) estaba en favor de la eutanasia activa, pero
mostraban divergencias y señalaban matices: desde un rechazo absoluto de la
eutanasia hasta un cierto permiso redactado con mucho cuidado bajo condiciones
muy estrictas y en casos excepcionales. Todas las iglesias, en esta consulta,
estaban de acuerdo en que suprimir el sufrimiento matando seres humanos debe
considerarse un grave pecado. Sin embargo, estaban asimismo de acuerdo en que
no hay virtud alguna en la prolongación de la vida de un paciente terminal
mediante el uso de "alta tecnología" y que no hay dificultades
teológicas en permitirle que muera de forma natural.
Los principales argumentos que
aportan las declaraciones oficiales de las iglesias se refieren a la santidad
de la vida, como don de Dios. El hombre ha sido creado a imagen de Dios y este
hecho confiere a la vida humana una especial santidad. Dios es el que da la
vida y el que la quita y, por tanto, nadie puede intervenir para acortarla. La
muerte es un acontecimiento en esta vida y marca una transición más que un
final. Para un cristiano en comunión con Dios, no hay una "condición
terminal". La muerte es parte de la vida.
Sin embargo, esta posición no es
unánime. El mismo documento de la Conferencias de las Iglesias Europeas sobre la
eutanasia admite que "el sentido de responsabilidad del creyente puede
llevar, en casos excepcionales, al sacrificio de nuestra vida por nuestro
prójimo o por el servicio de Dios. En casos excepcionales, cuando el dolor y la
angustia se hacen insoportables, también puede llevar a una petición de que se
le practique la eutanasia".
También hay algunas iglesias que
admiten la posibilidad de la eutanasia en casos extremos. Así, por ejemplo,
discrepan de la opinión general, iglesias como la Valdense y Metodista de
Italia que admiten el derecho de una persona a decidir sobre su propia muerte
en casos de enfermedades terminales.
¿Cuál ha de ser la actitud de los creyentes?
Ante el problema de la eutanasia, el
cristiano ha de poner en práctica su función de discernimiento y su capacidad
de responder en conciencia delante de Dios. No hay autoridad externa de
suficiente peso que le obligue a tomar una determinada posición. Siempre será,
y ha de ser, su decisión personal, teniendo en cuenta su fe y su conciencia
iluminada por la Palabra
de Dios. No todos podremos dar la misma respuesta y se impone el respeto de los
unos ante las decisiones de los otros. Lo más importante es que cada uno sea
fiel a sus propias convicciones.
Por una parte, hay que tener en
cuenta la visión bíblica de la vida y de la muerte. Es cierto que la vida es un
don de Dios y tenemos el deber de preservarla y ponerla a su servicio y al
servicio de los demás. Este pensamiento ha de inspirar nuestra vida y nuestra
conducta: “ninguno vive para sí, y ninguno muere para si". Sin embargo,
cuando esta vida está tan deteriorada que nada más puede dar, no parece
objetable que el creyente la devuelva a Dios en circunstancias de gran
sufrimiento. Dios no quiere que el hombre sufra, por lo que decir que si sufre
es porque el Señor lo quiere, es simplemente una blasfemia.
FIN.
PASTOR
JOSE DOMINGO BRAVO TORO
ADMINISTRADOR BLOG.